“Bueno, a la que sigue”, pensó Bere.
La siguiente casa que le interesó no tenía ningún tipo de barda alrededor, ni una reja en la cochera ni protecciones en las ventanas. Eso le daba desconfianza.
“¿Cómo le hacían para que los ladrones no se metieran?”
Obviamente, eso ahora no importa. Ya no hay ladrones. Ni dueños. Ni nadie. La única persona que queda es Bere, según Bere. Un día había despertado y no estaban sus papás ni su hermano ni ninguna otra persona. ¿Qué pasó? Quién sabe. Es irrelevante. Eso ya fue hace tiempo.
Bere abrió cuidadosamente la puerta de la casa y entró. Aunque no hay nadie, revisa cada uno de los cuartos, hasta los baños, para asegurarse. Todavía no se le ha quitado la sensación inicial de que está invadiendo un espacio ajeno, el hogar de otras personas.
Tiene su rutina para la primera visita de una casa. Primero, recorre todo el lugar en silencio. Después, va a la cocina y revisa si sale agua de la llave, si queda gas en la estufa; si hay agua embotellada y comida enlatada o empaquetada. No es que le hicieran falta el agua y la comida, más bien es para saber si tiene que ir a traer provisiones de su casa anterior. Cuando termina de revisar todo eso, le vuelve a dar una vuelta a los cuartos, pero ahora para buscar cosas con qué entretenerse: libros, películas, algún videojuego, un Nintendo. Si piensa que la casa tiene un buen suministro de víveres y entretenimiento, se queda.
“Tiene suficiente para un rato y está cerca de la tienda”, decidió Bere mientras dejaba su mochila en un sofá.
Se puso a ver un mueble de la sala lleno de figuritas de ranas: ranas de cristal, ranas hechas de conchas, ranas dándose un beso, ranas pescando, ranas tocando guitarra. En otro mueble, había figuras de ángeles; eran menos que las ranas, pero más grandes, y hasta arriba había una Virgen María. Bere decidió quitarla, porque le daban ñáñaras cuando se le quedaba viendo. Se acordó que en el refri había muchos imanes y fue a verlos. Eran de nombres de ciudades y países de todas partes del mundo: Estocolmo, Canadá, Acapulco, Chile, Buenos Aires, Río de Janeiro, Marruecos…
“¿Habrán ido todos juntos como familia o cada quien fue a diferentes países y trajo un imán con el nombre del lugar que visitó para añadirlo a la colección?”
Bere sentía que la casa era pequeña porque estaba llena. Tenía los muebles comunes de una sala y un comedor, pero no había ningún lugar sin alguna rana, ángel, foto o algún otro adorno.
“Mamá nunca puso tantos accesorios en la casa. Tenía cositas por aquí y por allá, pero nada como esta. Creo que yo tampoco tendría tantos adornos”.
Hace unos meses había estado en otra casa que también se le hizo pequeña. Estaba en una privada que tenía siete casas amarillas y una alberca. Había entrado a todas las casas, pero se quedó en la que había más videojuegos. Estuvo allí varias semanas, porque se sentía segura: había una reja muy alta en la entrada y las casas estaban casi pegadas una a la otra. Cada casa era una copia de las demás en cuanto a tamaño, número de cuartos y disposición al interior. Solo cambiaba lo que había adentro de cada una.
Más que pequeñas, Bere pensaba que estaban apretadas: entrabas a una casa y a un paso estaban las escaleras para subir y a la derecha una pequeña salacomedor. Arriba había un baño, el cuarto principal y otro cuarto. Normalmente, se quedaba en los cuartos pequeños, pero, como el de esa casa tenía solo una litera, una mesa con su silla y un clóset (apenas podía dar dos pasos a lo largo del cuarto), en esta ocasión se quedó en el cuarto principal. Además, en ese estaba la tele. Cuando no estaba jugando, salía a pasear en una bici rosa con una canasta blanca en frente que encontró en otra de las casas amarillas. Por el calor, le hubiera gustado que la alberca tuviera agua. Bueno, tenía agua, pero era poca y estaba muy cochina y llena de hojas.
En los días que estuvo en la casa amarilla visitaba frecuentemente la casa donde había vivido con su familia, porque le quedaba a la vuelta. Ahora solo regresa de vez en cuando para limpiarla un poco, para guardar algo, para ir por uno de sus libros favoritos o para recordar. Casi no se queda; la siente muy sola y silenciosa.
En la casa actual encontró varios DVD y hasta VHS. Muchos eran películas infantiles, pero también había de otros tipos. Si no le daban ganas de ver esas, podía ir al videocentro, que estaba a unas cuadras, aunque ya había visto casi todas las películas, menos las de terror.
“Podría empezar a ver las series si no me decido por alguna de las pelis”.
También encontró libros. Muchos eran tomos de una enciclopedia que le daban flojera leer, pero que le recordaban que apenas había pasado a tercero de secundaria cuando desaparecieron las personas; quién sabe qué más hubieran enseñado en la escuela. En la mayoría de las casas había enciclopedias que le parecían un recordatorio constante de que podría aprender cuando y cuanto quisiera.
Su secundaria tiene una biblioteca bien surtida, pero le queda algo lejos desde que se le ponchó la llanta de la bici. Además, está en una colonia que no tiene electricidad, entonces, tiene que irse desde muy temprano para llegar a una hora en que esté iluminada la oscura biblioteca y para poder regresar con la luz del día con todos los libros que le llamaron la atención (normalmente termina escogiendo novelas o libros de cuentos). Lo puede hacer, no es complicado. Solo le da flojera.
Había intentado aprender a manejar para poder moverse más y llevar cosas de un lado a otro con facilidad. Tuvo algunos problemas al hacerlo. Uno fue que, como la desaparición de las personas parecía haber ocurrido durante la noche, la mayoría de los coches estaban en las cocheras. Entonces, tenía que entrar a la casa, buscar las llaves, abrir la cochera y sacar uno. Pero no sabía manejar y menos en reversa, y aunque los tres pasos iniciales los hacía sin complicaciones, sacarlos en reversa era difícil. Bere tuvo varios accidentes (nada serio) hasta que logró sacar uno a la calle. Pudo practicar con él un rato. Cuando se le acabó la gasolina, aprendió a ponerle y siguió practicando. Pero también le dio flojera seguir haciéndolo y lo dejó. Probablemente lo retome en el futuro.
Desde antes de que desaparecieran las personas, ya le gustaba ver casas ajenas e imaginarse el interior. Ahora, cuando va caminando por allí, si ve una casa que le llama la atención, simplemente se mete. Pero hay algunas casas a las que no ha podido ver por adentro todavía. Hay dos que le dan mucha curiosidad. Una la llama la Casa Blanca, se parece a la de Estados Unidos, según Bere. No puede entrar, porque hay unas rejas y bardas demasiado altas para trepar. Le gusta que las rejas y las bardas sean tan altas, si pudiera entrar, se sentiría segura. Pensaría “¿quién más podría meterse en esa casa si yo apenas pude?”
La otra casa que no ha podido ver es una casa roja que abarca la mitad de una cuadra; el patio es muy amplio y tiene muchos árboles. Las bardas no están tan altas e intentó subirlas, pero no lo logró: se cayó y se torció el pie. Desde entonces se le quitaron las ganas de intentar trepar bardas. Batalló mucho los días siguientes, porque tuvo que buscar cosas que no tenía a la mano, como pastillas para el dolor, un bastón, vendas y comida para varios días, mientras cojeaba y sentía punzadas agudas en su tobillo.
A partir de ese accidente, siempre se asegura de tener suficientes víveres en la casa donde se esté quedando o estar cerca de donde los haya. También ha juntado provisiones médicas en caso de algún otro accidente y tiene una lista con la ubicación de diversas herramientas o utensilios que podrían serle necesarios en el futuro. Sigue teniendo curiosidad acerca de cómo es la casa roja por dentro, pero ya no intenta meterse, al menos hasta que se tope con una escalera grande.
Un día encontró la casa donde había vivido una amiga suya. Le costó un poco de trabajo destrabar la puerta principal, al final, logró entrar. Le gustaba esa casa; todos los cuartos son muy amplios. A Bere le parecía curioso que hubiera tantas escaleras hacia abajo que llevaban a otros cuartos, cuando la casa se veía a nivel de suelo desde afuera; incluso tenía que bajar unas escaleras de metal para llegar al patio. Hasta pensó en permanecer un tiempo allí, pero se acordó de que su amiga la había espantado mucho una noche que se quedó a dormir y decidió seguir con su camino para no espantarse ella sola con los recuerdos.
Un par de días después de haber encontrado la casa de su amiga, Bere seguía paseando por esa colonia cuando escuchó algo en la base de un árbol, pero no vio nada.
“Qué raro. Sonó como si algo se estuviera tallando contra el tronco”.
Se volteó para seguir su camino y se topó con una casa con las paredes llenas de enredaderas y una buganvilia gigante a un lado. Le gustó tanto cómo se veía por fuera que decidió que iba a ir por el resto de sus cosas y quedarse allí un rato. Es la casa de las cositas.
Al principio, solo pensaba en lo bonita que se veía. Fue hasta que ya iba a entrar cuando le inquietó que no tuviera bardas ni rejas ni protecciones. Pero todo iba bien en la casa de las cositas. Salvo que, durante la segunda mañana que pasó allí, desapareció un sobre de atún que había dejado en la mesa de la cocina. Había ido al baño y, cuando regresó, ya no estaba. Ella estaba segura de que lo había puesto allí. Lo buscó por un rato y no lo encontró. A Bere se le han olvidado cosas antes, pero en esta ocasión no tenía duda de que no había dejado el sobre en otro lugar. Decidió no pensar más en eso.
En general, mientras más días pasa en una casa, le dan más nervios de que alguien se meta o de que alguien ya esté adentro sin que ella se haya dado cuenta. Y más aún si la casa no tiene nada de rejas o algo que dificulte la entrada. Solo duró cuatro días en la casa de las cositas. Durante la cuarta noche oyó que un bote del patio de atrás se cayó. Se quedó despierta, en alerta, el resto de la noche, hasta que el sueño la venció. Por la mañana, empacó sus cosas y se fue.
“Bueno, a la que sigue”.
Cuando salió de la casa, se topó con una sorpresa e hizo algo que no hacía desde hace mucho tiempo.
Abrió la boca y dijo: «Hola».
Fotografía de Patric Dreier, tomada de Pinterest
| Mijal Montelongo Huberman (Ciudad de México, México, 1996) Profesora, traductora, divulgadora y educadora científica. Estudió la carrera de Biología y la maestría en Ciencias Biológicas en la UNAM. Ha publicado artículos de divulgación científica y de investigación, traducciones literarias, cuentos y minificciones. Tiene una columna mensual llamada Los árboles y las pantallas que me rodean en la revista La Coyol. Sus temas e intereses se centran en la naturaleza y los géneros especulativos. Siempre está acompañada de libros, perros y gatos. |
